La historia de la rebelión de Gaspar Yanga se ha contado de muchas maneras, casi siempre con tintes épicos, pero se ha centrado principalmente en el personaje y en el hecho de armas. Ante este panorama, el arqueólogo y antropólogo social Alfredo Delgado Calderón realizó una investigación más allá del mito, consultando diversas fuentes históricas, para develar los sucesos detrás de esta leyenda en lo que hoy es el estado de Veracruz, la cual compartió con los cibernautas en la conferencia Amarrando hilos en tiempos del COVID. La densa trama de los cimarrones de Yanga.
Como parte del ciclo de charlas “Cultura y patrimonio en la actualidad”, la sesión virtual, organizada por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), a través de su representación estatal en Morelos y del Museo Regional Cuauhnáhuac, Palacio Cortés, se transmitió por el canal INAH TV en YouTube.
En el marco de la campaña “Contigo en la Distancia”, de la Secretaría de Cultura, el profesor investigador del Centro INAH Veracruz manifestó que el relato de Yanga tiene más elementos de leyenda que de historia: “Por ejemplo, se supone que Yanga y los demás cimarrones que lo acompañaban escaparon de los trapiches. En nuestra consulta en documentos históricos encontramos muy pocos molinos: el de los Tuxtlas, fundado por Cortés en el paraje de Tepeaca, y el ingenio de Orizaba, ambos tenían alrededor de 90 a 100 esclavos”.
Delgado acotó que, en la época colonial, lo que hoy es el estado de Veracruz, era un territorio de libertad, prácticamente negros y mulatos vivían libres, pero en el centro del territorio la realidad era muy distinta, pues las haciendas ganaderas, trapiches e ingenios tenían esclavos bajo su poder.
De estos negocios, abundó, escaparon los cautivos para irse a las montañas, convirtiéndose en cimarrones, de ahí surge el famoso personaje de Yanga, cuyo relato se basa en la obra del padre Francisco Javier Alegre, quien refiere que en enero de 1609, los fugados, liderados por el protagonista de esta historia, son atacados por tropas españolas, siendo desalojados de las serranías; al final, negocian con ellos y fundan el pueblo de San Lorenzo Cerralvo o San Lorenzo de los Negros.
“Hay algo que se menciona poco, la mayoría eran esclavos que duraron mucho en el trapiche, eran oficiales en la molienda y, en general, no hacían trabajos pesados, a diferencia de los indios de repartimiento, indígenas que tenían la obligación de trabajar, por ley, en las estancias ganaderas, en los obrajes, en las minas y en los trapiches”.
Comentó que la mayoría escapaban de la avería (lugar donde cobraban impuesto a los productos que llegaban) de Veracruz, a lo que las reales ordenanzas establecían que las estancias ganaderas de los alrededores del puerto no les dieran cabida, ya que muchos iban en busca de trabajo a cambio de comida y vestido.
En tiempos coloniales, los trabajos pesados tenían como base la esclavitud de indios y de negros procedentes de África. Muchos de ellos, desde que eran llevados a las Antillas a trabajar en los trapiches, empezaron a huir y se fueron a las montañas, a los pantanos, donde hicieron caseríos que les llaman palenques (rancherías en Veracruz).
Ya como parte de estas colonias, comenzaron asaltar en los caminos o a saquear los pueblos de indios. “Se les consideraba cimarrones, en referencia a los animales salvajes montaraces, y es una voz que va a designar a estos esclavos que huyen a estos territorios antes mencionados y crean comunidades”.
El investigador manifestó que en el siglo XVI, la mayoría de esclavos eran domésticos, casi todas las familias tenían al menos cinco, los cuales trabajan principalmente en los trapiches; en tanto, en las minas eran pocos, en todas las vetas de la Nueva España había uno de ellos por cada 10 indios.
“Cuando empezamos a buscar a los cimarrones de Yanga –porque se dice que huye alrededor de 1575–, lo hicimos en los trapiches, la sorpresa es que para ese momento hay muy pocos, porque la mayoría usaban mano de obra indígena”, indicó.
Tras la Conquista, muchos pueblos desaparecieron, como Totutla, que estaba cerca de lo que hoy es la ciudad de Córdoba, a cuyos montes empiezan a llegar muchos cimarrones fugados del puerto de Veracruz y de las estancias ganaderas.
“El hacendado Gaspar de Rivadeneira negocia con ellos y los deja tener rancherías en sus territorios, a cambio, los fugados retenían al ganado orejano (sin marca de propiedad) o mostrenco (sin dueño conocido) que huía de las haciendas vecinas. Cuando el ganadero llevaba su rebaño a la Ciudad de México, a Pachuca y a Puebla, también lo hacía con parte de lo que los cimarrones obtenían”, mencionó Alfredo Delgado.
Los problemas iniciaron hacia 1575-1580, cuando los virreyes en turno emitieron cédulas para que los negros y mulatos libres tuvieran un amo conocido. Estas leyes hicieron que en las estancias ganaderas se registraran, para que los cimarrones no se pasaran de una a otra, y que, aquellos que los recibían en sus territorios, pagaran el costo del esclavo, además de regresarlo a sus propietarios.
“A partir de 1600, los ataques de los cimarrones al camino real, el cual iba de la ciudad de Veracruz a la de México, fueron en aumento, así como el saqueo a pueblos de indios. En 1606, el visitador de la Real Audiencia, Diego de Landeras y Velasco, le relata, en una carta, al rey de España, que el mayor peligro lo representan estos personajes”, subrayó el investigador.
El monarca español le encomienda al virrey de la Nueva España, Luis de Velasco, atender el problema de los cimarrones en Río Blanco o Alvarado. “Lo primero que hace el mandatario es negociar con ellos, no los ataca, pues anteriormente, en su primer virreinato (1590-1595), ya lo había hecho con ellos y con los indios de guerra.
“Envía al cura Alonso Benavides y Manuel Carrillo, vendedor de esclavos, a pactar con los rebeldes de Yanga; en un año (1607-1608) ya tenían listas las capitulaciones en las que se comprometían a regresar a los esclavos fugados de los puertos a esos espacios, no a otras instancias.
“Por su parte, los cimarrones exigen una real cédula que les garantice ser trasladados al puerto. En junio de 1608, el virrey emite una cédula para que los alzados de Río Blanco puedan ir a las ciudades de Puebla y de Veracruz, u otra villa, siempre y cuando lleven un salvoconducto de algunos de los dos negociadores”.
Los trapicheros, anotó el ponente, no estaban de acuerdo con esta resolución. El alcalde del crimen de la Real Audiencia, Luis López, le escribe al rey para decirle que el reino de la Nueva España estaba en riesgo por las libertades que tienen los negros y mulatos, siendo el mayor peligro los cimarrones del camino de la Vera Cruz.
Este personaje aprehende a más de 100 cabecillas de los rebeldes y a supuestos “asaltantes”; ejecuta a 16, como escarmiento los desmiembra y manda sus partes a las villas y rancherías de donde provenían; a otros más los exilia a Filipinas.
“En ese momento, la Real Audiencia se enfrentará contra del virrey, quien acepta que hay diferencias, pero no opta por la guerra, porque dice que sería muy costoso para la Nueva España.
“Con la investigación prácticamente terminada, la pandemia del COVID-19 nos obligó a recluirnos. Con tiempo de sobra, volvimos a revisar el trabajo sobre Yanga, a examinar cientos de expedientes que habíamos dejado de lado. Poco a poco surgió más información, nuevos personajes y certezas donde antes solo había suposiciones y posibilidades, enriqueciendo la densa trama de la historia de San Lorenzo Cerralvo”, afirmó.
Para concluir, Alfredo Delgado develó que su investigación, la cual finalizó en febrero pasado, se apoyó en la consulta de los archivos General de la Nación, el municipal y notarial de Córdoba, de Orizaba y de Jalapa; así como el de Indias, en Sevilla, España.